miércoles, 20 de abril de 2016

Amoris Laetitia - P Santiago Martín


Tres sensaciones me quedan tras leer la exhortación apostólica sobre la familia del Papa Francisco. Las tres puedo expresarlas, respectivamente, con una palabra o una frase: Gracias, lo siento y enhorabuena.

Gracias, Santo Padre, por este documento, que nos ayuda a encontrar el equilibrio entre el respeto debido a la ley moral -que no ha sido rebajada en lo más mínimo- y el respeto a la persona concreta, mediante un discernimiento que de ningún modo supone un «coladero» para que cada uno haga lo que quiera.

Lo siento. Tengo que expresar mis condolencias a los que esperaban un documento aperturista que permitiera a los que viven en situación irregular acceder a la comunión. Lo siento por ellos, pero en ningún momento se habla del acceso a la comunión en el texto. Comprendo que estén disgustados y decepcionados y que la exhortación les sepa a muy poco, aunque griten victoria. Todo lo que en ella se dice entra dentro de lo que un sacerdote normal ha llevado a cabo siempre en el acompañamiento de los que están en esas situaciones, incluida la opción de poder comulgar si se lleva una vida de castidad.

Lo siento también por los del otro extremo, los que querían encontrar en «Amoris laetitia» una excusa para provocar un cisma y calificar al Papa de hereje. He repetido hasta la saciedad que Francisco jamás aprobaría nada que justificara eso y los hechos me dan la razón. No hay, en la exhortación, ningún motivo para dividir la Iglesia. Esto es una buena noticia, aunque a algunos les fastidie.

Enhorabuena a los que han luchado para que se mantuviera una interpretación correcta de la misericordia divina, que incluyera el respeto a la justicia y a la verdad. Me refiero a los muchos Müller, Sarah y Burke que han aguantado los insultos y descalificaciones, que han sido presentados como enemigos del Papa, y que ahora ven reconocido su esfuerzo. Se puede decir de ellos lo que dijo Churchill de los aviadores ingleses: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos».

Y ahora, a mirar hacia adelante, unidos al Papa como siempre. Mirar hacia las familias para ayudarlas y mirar hacia los que están siendo aplastados, como los refugiados, para socorrerles.
 Santiago Martín

martes, 5 de abril de 2016

Año de la Misericordia:Jacques Fesch, Vividor, Ladrón, Asesino de Policías



“Que tu amor haga recaer sobre ti la misericordia del Señor, que te permita ver que dentro de tu alma hay un santo durmiente. Le pediré que te haga tan abierta y ágil que serás capaz de entender y hacer lo que él quiere que hagas. Tu vida no es nada; ni siquiera es tuya. Cada vez que dices que quieres hacer una cosa u otra, ofendes a Cristo, le privas de lo que es suyo. Tienes que condenar a muerte todo aquello dentro de ti excepto tu deseo de amar a Dios. No es algo difícil de hacer, en absoluto. Basta con tener confianza y agradecer al niño Jesús por todas las potencialidades que depositó dentro de ti. Estás llamada a la santidad, al igual que yo, al igual que todos, no lo olvides”. —Jacques Fesch (en una carta a su madre).



El 1 de octubre de 1950, un hombre de 27 años fue ejecutado en París por asesinar a un agente de policía durante un robo malogrado. Jacques Fesch, el asesino, fue víctima de abandono por parte de sus padres y del aislamiento y aburrimiento que pueden acompañar a una vida de privilegios. 
Era un vividor. Llevaba una vida agitada, daba tumbos de relación en relación, de trabajo en trabajo, hasta que terminó en un matrimonio desgraciado siendo el padre de una hija no deseada. 
Sin embargo, igual que el “hijo pródigo”, Jacques también llegó a conocer la dicha y la paz de aquellos que reciben el perdón y un amor inmerecido e incondicional. 
Los tres años que Jacques pasó en régimen de aislamiento, a la espera de su ejecución, fueron un tiempo de conversión y transformación. 
Aprendió la importancia de amar a su hija y a su madre. Encontró en el capellán de la prisión a un amigo y un apoyo. 
Su fría indiferencia en relación a su destino y al mundo que le rodeaba —además de sus sentimientos de hostilidad hacia Dios— dejó paso a un profundo sentimiento de tristeza por su crimen y a una serenidad enraizada en la oración y la fe. 
Un místico inusitado, los diarios personales de su encarcelamiento revelan a un hombre cuya vida quedó transformada por la reconciliación con Dios y el amor sanador. Hoy, se está barajando la candidatura de Jacques Fesch a la canonización. 
La parábola del hijo pródigo nos recuerda que cualquiera de nosotros puede alejarse del amor de Dios, en una búsqueda inquieta de nuestro propio camino. No quiere decir que seamos malas personas o pecadores. Es únicamente una cuestión de elección. 
En su libro El regreso del hijo pródigo, Henri Nouwen discurría: “Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Salmo 139,13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una”.
E incluso en nuestro intento de “dejar el hogar”, partiendo para reafirmar nuestra independencia, Dios permanece a nuestro lado. 
La lección que aprendió Jacques Fesch durante sus años de encarcelamiento es la misma que aprendió el hijo menor de la parábola: aprendemos a conocernos a nosotros mismos a través de la pérdida, y es entonces cuando podemos liberarnos para conseguir ver quiénes somos y de qué estamos hechos en realidad. 
Este don del autoconocimiento es, por encima de todo, una lección de humildad: una visión simple y expedita de nosotros mismos ante Dios.
La humildad nos da la fuerza para abandonar la ilusión de nuestra autosuficiencia y nuestro amor propio, para poder así regresar al hogar del Padre en caso de habernos alejado. 
La lección que aprendimos es que Dios es eternamente paciente y está siempre dispuesto a darnos la bienvenida al hogar, sin importar lo que hayamos podido hacer o cuán lejos nos hayamos extraviado. 
"Tienes que condenar a muerte todo aquello dentro de ti excepto tu deseo de amar a Dios", escribió antes de su ejecución